Todo el mundo habla hoy en día del concepto "low cost". El concepto se gestó en el mercado de las aerolíneas. Pero el tema no quedó ahí. Este vocablo anglosajón se hizo tan famoso que a los alquileres de coches de la marca EasyCar se les empezó a llamar Low Cost. A Mercadona algunos le atribuyen ya estrategias de "low cost". Muchos afirman que IKEA ha sido siempre una marca "low cost". Y hasta el propio El Corte Inglés lanzó el mes pasado Aliada, “la nueva marca low cost del grupo”, según informaba la empresa en nota de prensa.
Pero pensar que el "low cost" sólo trata de marcas con una buena relación calidad precio es una grave equivocación. Quienes utilizan este argumento no han comprendido todavía que el "low cost" es, más que una opción táctica para una marca y sólo se fijan en el factor precio, en realidad es una filosofía de negocio.
En el fondo, el "low cost" permite la democratización del consumo. Y ahí radica en parte su éxito.
Según datos recientes publicados, la facturación de las aerolíneas "low cost" supera ya la de las tradicionales. ¿Tendencia o consolidación? Parece ser más bien lo segundo. ¿Es posible que ya esté empezando a ocurrir lo mismo en otros sectores? Seguramente sí.
Y es que las marcas "low cost" suelen caer bien. IKEA, el mejor ejemplo, mejora año a año sus procesos internos de producción, logística y costes para que el consumidor que compra su marca llegue a casa con una sonrisa a pesar de que sabe que le esperan horas de trabajo para montar todos esos muebles.
El éxito de las marcas "low cost", extendidas ya a todos los ámbitos de nuestras vidas, no radica en que tengan “precios bajos”. Ni siquiera, con la coyuntura actual de crisis económica. El secreto de su éxito se halla en que además conectan emocionalmente con sus audiencias formadas por consumidores cada vez más inteligentes.
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