El consumidor que aprendió a comprar productos más caros en épocas de prosperidad, ahora está aprendiendo a comprar productos más baratos. Se ha dado cuenta de que estaba gastando dinero en productos y servicios caros cuando había alternativas más baratas con poca pérdida real de calidad o satisfacción. Muchos consumidores están descubriendo un nuevo sentido de bienestar en esa actitud más exigente e inteligente con el valor de las cosas.
Vestidos de 1000 euros
El consumidor ha cortado drásticamente los gastos y como ejemplo de esa nueva actitud están los vestidos de marca. Hace cinco años, los vestidos de firmas se podían vender a 300 y hasta a 500 euros. Antes de la crisis económica, el consumidor enamorado de los vestidos—impulsado por el crédito fácil y por una sensación de riqueza recién descubierta procedente de la revalorización del mercado bursátil y de los bienes inmuebles— llegó a pagar 800 y hasta 1000 euros por un vestido. Todos querían lo más nuevo, lo más moderno, lo mejor. Ahora esa mentalidad insensata ha desaparecido, volvemos a una época más simple.
Los consumidores que no corren el riesgo inmediato de perder el empleo, pero tienen amigos o parientes desempleados, están evitando gastar como medida preventiva. Siguen gastando, pero ahora se sienten orgullosos de comprar a precios más baratos.
Para los nacidos después de 1978, la crisis ha tenido un impacto mayor que el 11 de septiembre. Éste es el primer trauma financiero de sus vidas. Ellos nacieron creyendo que el capital y los gastos eran ilimitados. Muchos se han quedado aturdidos. No tienen ni idea de lo que es un presupuesto y puede que no acepten los hechos durante algún tiempo, o que hagan frente a la crisis con un nuevo conjunto de opciones de consumo como, por ejemplo, la llamada “moda descartable” de Zara y de otras grandes cadenas de "fast fashion" u otras opciones más frescas y novedosas como buscar la misma calidad y diseño sin pagar de más, sin pagar la marca.
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